lunes, 9 de junio de 2014

Seamos exigentes y delicados. No tiremos la basura en cualquier lugar

La basura: un problema de nunca acabar

•  Por: Adhemar Ávalos Ortiz


     Las principales ciudades de Bolivia, especialmente Oruro, La Paz y El Alto, se ven sometidas a la dictadura del nomeimportismo con respecto al manejo de los residuos que generan los ciudadanos en su diario transcurrir. De poco han servido las sistemáticas campañas medioambientales en medios de comunicación. Al contrario, los seres humanos que se definen como bolivianas y bolivianas hacen caso omiso de las normas que regulan el manejo de los residuos y su disposición final. Las calles de las urbes se ven de día en día contaminadas con los restos de la actividad de las personas que generan basura y se niegan a comprometerse con su adecuada manipulación y destino.

Hasta hace pocos años parecía que nuestras vías públicas habían mejorado en su pulcritud, al menos parcialmente, pero los hechos actuales nos demuestran que la población ha regresado a viejas prácticas viciosas de botar residuos en cualquier parte sin considerar el daño que le causan a la estética de su propia ciudad, aparte de las probables afectaciones a la salud. La basura común, la que generan las personas en su diaria cotidianeidad, contiene millones de gérmenes que pueden desatar enfermedades como la gripe, la acidez estomacal, la hepatitis y otras aún poco controladas. Un problema serio muy a pesar de gente que se ríe o se muestra escéptica ante el planteamiento del tema.

En la ciudad de Oruro se generan diariamente unas 100 toneladas de residuos sólidos. Quizás más. Una parte de la población entrega racionalmente este producto a los carros basureros. Otra parte lo deja en las aceras o cercanos lugares denominados basurales. Los perros hacen el resto del trabajo al deshacer bolsas y consumir el poco de alimento que queda de la actividad humana. Lo demás es deplorable: restos de residuos dispersos que no solamente muestran lo que la ciudadanía deja en su diario transcurrir, sino también sus costumbres alimenticias y, fundamentalmente, de vida.

Lo que se niegan a entender los ciudadanos es que sus actitudes atrabilarias, la falta de conciencia de lo que es mejor para su ciudad, el comodismo en sus prácticas está destruyendo los centros urbanos, sumiéndolos en una vorágine de destrucción ambiental y barbarie plena. O sea que una ciudad, la que sea en el panorama de Bolivia, se auto-suicida, se flagela, en su mundo de consumismo desenfrenando, contagiando a zonas rurales en el desperdicio de residuos.

La razón nos invita a deliberar sobre el asunto y las conclusiones son claras:

1. La población casi nunca entenderá el problema central de la basura, las campañas son "fósforo al viento". En su mente no entra la gravedad de la contaminación con residuos sólidos.

2. Si la población dejara sus residuos en cada esquina en los días de recojo de residuos en bolsas bien cerradas no habría mayor problema en el sistema de recolección. La disposición final ya es otro tema muy complejo que se debe tratar.

3. Los canes, sin ser el antecedente fundamental del tema, conviven en la causa fundamental de la contaminación. Los gobiernos municipales deben desarrollar una campaña agresiva de eliminación, por más reprobable que sea, de estos sujetos. Simplemente, con una comunicación, se debe advertir que can encontrado en la calle será eliminado con métodos razonables sin plazos perentorios. Puede parecer cruel, pero el municipio no puede permitirse más larguras.

Lo demás significa continuar en una serie de televisión donde el protagonista recurre a métodos coercitivos, lamentables por su naturaleza, pero necesarios. El destructor del medio ambiente sigue vivo, aunque sea el ciudadano boliviano que tiene conciencia y alguien debe juzgarlo y hacer posible su detención y condena, aunque sea mínima.

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