viernes, 12 de diciembre de 2014

Carnaval y turismo cultural sostenible

•  Por Walter Prudencio Magne


A comienzos del 1900 la ciudad era pequeña y no preexistía la fastuosidad del actual Carnaval. Existían distintas maneras de vivir ese tiempo. Para unos era el tiempo de lluvia y los nuevos frutos, la anata. Algunos gremios hacían sus fiestas. Para otros el verano era tiempo de picnic inglés, del dios Momo en clubes. Las potencias europeas se disputaban colonias y vino la Primera Guerra Mundial, hecho que influyó en la economía nacional y enriqueció a los barones del estaño. Sin embargo, en las minas surgía una hibridación cultural de culturas andinas y occidentales. Paralelamente una dinámica social. Campesinos se convertían en mineros proletarios y junto a obreros chilenos y europeos formaban sindicatos.

Oruro era considerada una ciudad cosmopolita. Más tarde la Guerra del Chaco y la Segunda Guerra Mundial con otras corrientes migratorias y dinámicas sociopolíticas. Alberto Guerra Gutiérrez recordaba que en eventos cívicos todas las nacionalidades participaban con las banderas de sus países. El aporte de esos migrantes describe Vicente González Aramayo en su libro de economía: italianos vinieron a fabricar fideos, yugoslavos chocolates, alemanes cerveza, libaneses, judíos y españoles ropa y tejidos. De todas las nacionalidades comerciantes, técnicos y mineros, etc. Existían peleas entre esos migrantes. La fiesta en las calles, el Carnaval estaba prohibido. Se vivían disputas de espacio, el cura de San Francisco con el Prefecto y otros casos parecidos en el departamento. La iglesia que perdía terreno político y tomó las fiestas para fortalecerse, se apropió de las espiritualidades. Las corrientes de Adolfo Mier y Beltrán Ávila, uno católico y el otro laico, fundamentaron e influyeron en los estudios e interpretaciones de ese hecho cultural, social y político. Fluía dinero y también desigualdades. Exsoldados urbanos y rurales, proletarios y gremios formaron movimientos sociales y vino la revolución del 52. El Carnaval laico poco a poco se fue formando. Los gremios de veleros, carniceros, cocaleros, carritos de mano, chifleros, etc., legitimaron poco a poco la fiesta de la calle. Los vecinos participaban con crítica sociopolítica los domingos de Carnaval. La despedida del Carnaval era más en la zona Sur y se juntaba con las comparsa Santa Bárbara, Comercial y otras. En los 70 el Carnaval se iniciaba a medio día entre prohibiciones y caporales. En los 80 una ola de migración interna participa con tinkus y tarqueadas, los jóvenes se integran al Carnaval, asilos estudiantes de ingeniería entran en los Tobas Zona Sur. Hoy con grupos autóctonos. El Carnaval se hizo institución laica, andina y católica. Entre estudiantes, comerciantes, transportistas, sindicatos, gremios y vecinos.

Hoy somos un país laico pero se reconocen las diferentes culturas y lamentablemente se destruyen los restos arqueológicos o históricos.

Los arenales del Este que representaban a las legendarias hormigas son ahora depósitos de minerales de dudosa procedencia que contaminan el nivel freático y junto a los cambiadores de aceite matan la superficie del frágil humus altiplánico.

Los dioses de los cerros son desplazados ahora por antenas y nuevos monumentos.

Los antropólogos saben que en la cosmovisión andina lo masculino son las montañas, lo femenino son las pampas. Mientras las actuales autoridades y sus tecnócratas nieguen sus raíces andinas, chicheñas, híbridas o plurinacionales se estarán construyendo una ciudad sin raíces propias, lejos de los urus, Huari, collas, mineros, veleros, etc., sino a base de un imaginario de grandezas grecorromanas y kitsch.

El proyecto de turismo cultural de las islas de los urus se volvió parque acuático y logró tapar la contaminación de Inti Raymi y otras empresas mineras con cianuro y metales pesados al río Desaguadero y lago Uru Uru.

La falta visión del sector hotelero para aportar al turismo sostenible es igual al de ausencia de formación del mentado turismo comunitario.

En ese contexto, solo se mantienen las famosas restricciones de todo tipo a la fiesta y son el negocio de las grandes empresas auspiciadoras del evento aunque en los palcos oficiales se invitan whiskies, singanis y chelas. Tanta sinceridad en los decretos y reglamentos beneficia a un lobby de doble moral y a otras festividades que se postulan a ser patrimonios inmateriales.

La Ley 602 debiera cambiar para incluir a la Universidad, vecinos, Fsutco, músicos, artesanos y los bolivianos en el exterior. Es hora de buscar acuerdos no chauvinistas ni excluyentes. También es el momento de generar un posgrado en el tema, para tener alternativas al futuro carnaval de Buenos Aires que año tras año tendrá mayor participación de países y más culturas andinas, amazónicas, afro, chaqueñas, etc., que el nuestro. Buenos Aires es una capital cosmopolita con menús de todo el mundo y ofertas culturales en todas las artes. Ahí viven más bolivianos que en Oruro. Hay que aprender del Cambódromo, de los días culturales paceños y peatonales de Cochabamba. Darle mayor infraestructura de calidad a los Apis, idiomas a los implicados en la atención y mayor inversión en presencia mundial. No solo por danzas vienen los turistas sino por cultura, historia, gastronomía, medio ambiente y lo auténtico.



(*) Máster en Innovación y Competitividad UASB

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